Niños: «si a uno de ellos hicieran mal, a mí lo hacen»

Nacidos en La Gracia, no en el pecado; haciéndonos al pecado ya en nuestra capacidad de discernimiento, pero no sujetos a éste mal por ley, sino que por Cristo, Arrepentimiento y Perdón,  liberados somos de aquello que antes de Cristo fue mácula indeleble y perenne… concluimos con Cristo que todo niño antes del despertar de su Ego es un Ser de Dios, hecho puro a semejanza de su Creador. Eso explica que todo mal que se provoca sobre un inocente es y será una afrenta a Cristo y al Reino de Dios.

Sobre este Mundo… el sistema cainita imperante y el perverso mercado que mide a los seres por sus haberes y no su calidad espiritual, dones, talentos y derechos…hay una espada, un juicio, que está a punto de caer. El maltrato, esclavitud, abuso y violencia en contra de los niños es un pecado humano que condena a esta  Generación: aquella que ha vivido en este planeta desde los Hechos de Cristo. Para el lenguaje de La Sabiduría una ‘Generación’ se mide por eventos y condiciones espirituales: desde Cristo esta es la ‘Generación del Meridiano de los Tiempos’ o ‘Generación de Rehabilitación y Amnistía’. De todo mal, el peor que Dios imputa a este Generación es el daño que se ha producido y se está acometiendo cada día con los inocentes.

Desde lo más burdo y evidente: la esclavitud infantil, la miseria y la hambruna, la pedofilia y la corrupción, pasamos a lo más sutil, y no menos grave: la contaminación y deformación  que aleja al ser humano de Dios desde su infancia. Desde la ‘obligación’ religiosa – que causa anti-cuerpos definitivos en los jóvenes- al dogma cerrado que enclaustra la libertad del adolescente entre muros de pecados múltiples y prohibiciones a miles, vamos y pasamos por la negligencia que deja a los niños a merced de la influencia violenta y perniciosa de los medios y de las costumbres de moda. Al final, entregamos la inocencia de nuestros niños a la formación del Mundo, aceptando lo del Mundo como una realidad imposible de contrarrestar.

Cuando una institución religiosa cuenta entre sus filas, y en su historial, un elenco irrefutable y permanente de abusos  pedófilos y no hay antecedentes de expulsiones, ‘excomuniones’ o rechazos tajantes a tales prácticas, estamos ante una institución demoniaca, que ha ofendido una y otra vez a Cristo, y ha crucificado a JesúsCristo cada vez que ha ocultado, aceptado o encubierto esos abominables casos de perversión.

Toda vez que un Estado y una Sociedad  ha practicado y ha permitido ejercer la esclavitud de niños, o ha negado la educación libre y pluralista,  o ha dado espacio al adoctrinamiento ideológico  y coartado la libertad del joven, o ha dejado que lo peor de la moda de la violencia y la guerra pase y pose por costumbres y sub- cultura a la cual hay que entregarse; o cuando los padres creen que es la escuela quién debe formar a los hijos y ellos solamente deben proveer (eliminando lo sustancial del rol de la familia) o cuando en la negligencia y comodidad ponemos a nuestros niños en bandeja al Mal apoyando la vanidad, la competitividad, el egoísmo, la sensualidad y el juego erótico,  y el ego-centrismo como arma de defensa,  y la manipulación como muestra de liderazgo… en todo caso estamos deformando a niños y niñas que luego construirán un mundo egoísta, familias deformadas, y establecerán relaciones nocivas que a su vez causarán daño en sus propios hijos. ¡Estamos ofendiendo a Dios y sacrificando a Cristo!

No podemos dejar de mencionar en una reflexión como ésta la actitud y coherencia de quienes somos personas de Fe: tenemos el deber de integrar a Nuestro Camino Espiritual una visión coherente en relación con los niños, y no solamente con nuestros hijos. Pero es aquí en donde nos mordemos la cola: como no somos hijos de la Fe y la santidad, sino que escogimos la fe según nuestras vivencias, es lógico que al tratar de heredar en los hijos algo de lo nuestro:  o no sabemos cómo hacer, o repetimos cánones religiosos contra-producentes.  Vemos el error de inculcar ritos y cultos forzados que resulta una negación para el niño, y/o comprobamos que nos conformamos con algunas actividades de tipo religiosas que nos saquen el deber de ser nosotros quienes trasvasijemos a nuestros hijos una herencia de coherencia y verdad. Y de eso se trata: de que los mayores seamos ejemplo de verdad y coherencia, y esa imagen de coherencia que no se rompe en el tiempo porque es verdad, es la mejor herencia que podemos dejar a los niños… nuestras enseñanzas acompañadas de verdad hecha vida cotidiana. Pero eso requiere una verdad y coherencia  a toda prueba y en todo terreno: emocional, en las relaciones, en lo laboral, en lo diario. Para educar al niño el adulto, los padres, no podemos pretender que el infante entienda la vida y los hechos como un mayor, y es una aberración considerar estúpido a un ser de siete o diez años  porque ve la vida desde su infancia e inexperiencia, peor aún resulta el expediente del golpe, el látigo y ése tipo de encarcelamiento que obliga al niño al encierro y el aislamiento. Aún hoy hay escuelas bajo el criterio de que el castigo educa: residuos borrachos y perniciosos de una época oscura e hirsuta. Los padres y los mayores no cercenamos, sino que enseñamos, si acaso advertimos, y de todos modos es nuestro deber colocar en el plano de la conciencia aquello que el niño aún no ve… aunque no entienda nuestra enseñanza y palabras estamos fijando precedentes inconscientes, pero fundamentales para la conciencia que inevitablemente se manifestará.  Pero eso es imposible sin amor. Para que un niño nos escuche y acepte,  aunque no aferre los significados, pero la esencia de aquello que sembramos  quede en su Ser como semilla que crecerá más tarde, debe haber, decíamos: coherencia, verdad…y  sobre todo amor.

De todo podemos hablar con un niño, siempre que tengamos respeto por éste, y  coloquemos nuestra palabra en términos decente, simples y siempre de una manera fácil, comprensible y no por eso menos profunda. Mucho depende del amor que tengamos por la infancia del Ser humano, y mucho hace el Amor que tengamos a Cristo. Porque así como todo daño y mal a un niño es una grave ofensa a Dios, pues todo bien que produzcamos en un niño estará siendo agradable a Dios… y eso es parte de nuestra siembra personal, por la cual seremos medidos en nuestro pasar por la muerte física. No nos hagamos los necios: quienes tengan hijos serán medidos, en gran porcentaje, por la siembra y herencia en valores y en Espíritu que han inculcado en su prole. Porque lo hijos no son nuestra ‘propiedad privada’: nos lo entrega Dios para Prueba de Sabiduría.

Y recuerden quienes mientras hablan de Dios dan riendas sueltas a los más bajos instintos que tienen como centro de su maldad a niños y niñas: demonios son, y cuan demonios serán tratados.

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