Los hombres que juegan a ser dioses

Sin lugar a dudas, las pérdidas humanas fueron el principal tema de conversación frente a las consecuencias del devastador terremoto del pasado 27 de Febrero. Aún no se logra cuantificar exactamente cuántas fueron las víctimas.  La gente sufre, nos bombardean con desgarradoras imágenes en la prensa, y ya podemos palpar el grado de destrucción no sólo físico, sino que emocional. Pero, sin perder de vista esa realidad, existe un aspecto que no nos puede dejar indiferentes. Los sistemas, aquellos en los que todo un país confiaba plenamente, instalados supuestamente para detectar de manera anticipada terremotos y maremotos… esos fallaron.

El Hombre, efectivamente, como persona inteligente y con capacidad de discernimiento, ha ido alcanzando importantes avances en el ámbito tecnológico desde la revolución industrial, y especialmente en el ámbito de las comunicaciones a partir de la segunda guerra mundial. Hoy, con el grado de desarrollo a nivel mundial, y donde nuestro país no se ha quedado atrás, nos sorprende a todos que la instalación de equipos de última generación y la expertiz de muchos  civiles y militares, no haya permitido reaccionar oportunamente para evitar la pérdida de gran cantidad de vidas humanas.

Nada funcionó, todo se cayó. En esos momentos todo lo que el Hombre había logrado, no sirvió de nada. Todo bloqueado, todo neutralizado. Nadie era capaz de orientar o entregar la información básica. La autoridad estaba en la más absoluta confusión. No sirvió de nada haber jugado a ser dioses por un instante. En el momento de mayor necesidad, no hubo liderazgo ni claridad. Quedamos en la más absoluta indefensión, como exclamaban algunos. Sensación de pánico y caos total.

Nunca se escuchó algún comentario sobre las causas o el sentido que un hecho de esta envergadura tiene, y si hubo alguno fue para explicar científica, técnica y racionalmente el suceso. Movimiento de placas tectónicas, liberación de energía acumulada desde hace siglos, cambios en el eje de la tierra… Es entonces que nos damos cuenta que somos mucho más pequeños de lo que sospechamos, y no pocos elevaron oraciones a Dios pidiendo que todo pase pronto, aunque más en un acto de desesperación, que de humildad y entendimiento.

Los Hombres creamos, investigamos, desarrollamos e inventamos todo bajo la visión de la competencia y el ego, pero jamás desde una visión espiritual. Bajo esa miopía, al parecer jamás se ha entendido que todo lo logrado, a lo largo de siglos de descubrimiento e invención, ha sido nada menos que por Voluntad y Gracia de Dios. Nuestros talentos, capacidades y dones son de Él, y han sido puestos en el Hombre para ejecutar la Índole, el rol del espíritu que vive en cada uno de nosotros. Todo lo que el Hombre planifique, organice, ejecute, incluso para fines muy loables, estará siempre supeditado a la Santa Voluntad del Creador.

Pero, ¿por qué Dios hace estas cosas?… Cuando la soberbia y el desorden se generan por la propia actuación del Hombre, cuando se adueña de las cosas, asumiendo una actitud de posesión, pretendiendo controlarlo todo, regulando los tiempos, estableciendo un orden propio por sobre el Orden de Dios… entonces nos encontramos con una dura realidad… la manifestación de un Poder Celestial que se expresa mediante múltiples formas, en este caso a través de la naturaleza,  que siempre estará de acuerdo con un Plan Divino, atemporal y por sobre la artificial y aparente conciencia del Hombre.

Un verdadero Hijo de Dios, un Consagrado al Cristo Vivo, comprende que, mientras el Hombre siga jugando a intentar ser dios, y siga pretendiendo ejercer control, y continúe buscando respuestas para satisfacer su vanidad, y no para recibirlas como un regalo de Dios… jamás encontrará verdaderas respuestas, pues no alcanzará la visión del Altísimo para entender y, sobretodo, aceptar que realmente existe un Plan del Reino Celestial, un Designio para cada Hombre, que eleva su Conciencia y que lo pone de frente a su Verdad Interior. Y estamos llamados a ser dioses, JesúsCristo lo declara abiertamente, más eso debe ser al modo de Dios y nunca a propio modo.

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