Editorial Nro 3: La Vara que nos mide

En estos días de inicio del año 2009, los eventos en el mundo nos colocan ante la obligación de reflexionar en conciencia sobre el valor de la vida.

Los hechos en la sufrida tierra palestina, el avance de pestes y hambruna en amplios sectores del continente africano, las sangrientas escaramuzas en India con la guerrilla Tamil, los atentados en Paquistán y su secuela de sangre inocente… Y casos especiales como el de la joven Eluana en Italia, y la reciente liberación de secuestrados por la guerrilla en Colombia… todo nos conduce al tema profundo que debemos dilucidar en nuestro interior y exponer con consecuencia ante los demás: el valor de la vida.

La vida y la paz son valores indivisibles. Es falacia afirmar el supuesto apego a los principios de los derechos humanos y, por otra parte, aprobar  de algún modo la guerra, la confrontación y la violencia…incluso si cuenta con ‘justificación institucional’. En la omisión de ayuda a la población hambrienta y enferma de áfrica, por parte de los países ricos, hay una violación a lo más esencial del derecho humano: la vida. En la bomba colocada en las puertas de un templo musulmán,  en Paquistán, promovido sus cobardes autores por causa político-religiosa, hay un evidente desprecio por la vida. En el secuestro, por parte de la guerrilla colombiana, y en la masacre de 11 diputados postrados en cadenas, inermes, hay cobardía, flaqueza moral, miedo a la razón y un socavón oscuro en el alma de los asesinos que los convierte en demonios devoradores de vida humana.

La estupidez de la violencia no puede ser enfrentada con la insensatez de las armas. Justamente, la paz es la clave para oponerse a la cultura de la muerte; la solidaridad mundial es la llave que abrirá bienestar y justicia; la equidad es la norma que eliminará la discriminación. Mas,  para lograr la Justicia en el mundo es menester verificar un cambio hondo y definitivo en la mentalidad de los Hombres y de los gobernantes. Una revolución cultural, sí, pero una revolución de paz que derogue viejos paradigmas y establezca cuan ley de existencia y convivencia real aquello que por siglos se ha proclamado y siempre se ha traicionado en los hechos.

Con el caso de Luana en Italia tenemos, todos, la posibilidad de aclararnos ante un hecho concreto y dramático. De frente a la disyuntiva que enfrenta Colombia los latino-americanos no podemos despreciar la ocasión para tomar posición ante la violencia, la guerra, y lo fundamental de la paz. Y la indiferencia, además de la falta de información sospechosa que rodea los eventos en el continente, sobre todo en relación con realidades como las de Bolivia, Ecuador, Venezuela, definitivamente debe dejar paso a la participación, informada, en torno a los hechos que allí se están sucediendo, porque tocan a toda América-latina, pero esencialmente porque el asunto de la paz y el valor de la vida y la delgada línea de los respetos a los derechos fundamentales se halla ante dura prueba, y tarde o temprano involucrará a todo el continente.

Lejos estamos por integrarnos a la política contingente, partidista, sectaria y mundana. Pero en la coherente práctica de la paz en nosotros mismos, y en la defensa y fomentación de la vida, según nos manda Nuestro Dios Vivo, mal podemos permanecer silentes ante los peligros de ser envueltos en los terroríficos mantos de la confrontación, la falsa paz armada, y la maldita indiferencia que nos encierra en burbujas individualistas mezquinas y ciegas. Así pues, la Paz y la Vida van defendida sin conveniencias y oportunismos de ningún tipo,  sin importar la exultación de unos por nuestra postura, y la ofuscación de otros, y sin medir el cambio de los ofuscados y la transformación de los exultantes. La Paz y la Vida no tiene patrón en religión, nación, cultura, partido o ideología: es un derecho humano que Dios Creador nos ha consignado bajo mayordomía, para que seamos los Hombres quienes administremos esta libertad y dádiva con Sabiduría y Altura. Esa es nuestra prueba. Y por los resultados de esta prueba seremos medidos por el más alto tribunal de Vida… Porque la muerte natural  en el Hombre, desde Cristo,  es un traslado, un paso, un cambio, y la Vida en Dios es perenne y Gracia permanente…  y los adoradores de la muerte en este mundo sirven al príncipe de los abismos, y trabajan para hundir la bondad del Hombre en las fauces de la muerte de los infiernos,  instando a razones falaces disfrazadas de ‘buenas causas’ cuyo fin último es enredar al Hombre en sus propios pecados.

El Director

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