Algunos aspectos del sustento de Nuestra Doctrina

(Con respecto a la Apostasía y su Institucionalidad y la contradicción sustantiva con los Evangelios)

Introducción

El derecho a la crítica conlleva una cuota importante de responsabilidad: seriedad en el planteamiento, argumentación, contenido y propuesta. Esta rigurosidad intelectual exige: información, formación y análisis.

La crítica no se mide por su severidad, por su peso en los adjetivos, sino por el nivel de sapiencia sobre el tema que en ésta se demuestra. Esto brinda la posibilidad de la respuesta opositora, en donde quién disiente de la tesis expuesta puede exponer sus contra argumentaciones críticas, e incluso hacer ver errores e imprecisiones que pudiera contener el artículo en cuestión.

En eso creemos, y en esta forma constructiva y estricta nos esmeramos. Nuestras posturas doctrinarias y artículos de fe intentan respetar este principio de la exposición: por obediencia a nuestra creencia, por respeto a nuestros interlocutores y lectores, y sobre todo para separarnos de la pseudo- cultura  que piensa, escribe, opina y habla limitado a los 140 caracteres de twiters. No solo nos negamos a reducir contenidos y aligerar la Gracia de Dios en el pensar, analizar, discernir y exponer con fundamentos y contenidos… sino que instamos a debates con altura de mira, con base argumentativa rigurosa y con conocimiento de causas. Nos alarma, nos agota, la jungla de palabras tiradas al viento sin responsabilidad alguna, ataques desde escondrijos virtuales que nos parecen cobardes y bajos, o menciones tan superficiales como imprecisas pero expresadas con desparpajo y prepotencia. Y por lo mismo se nos acusa de exponer con demasiado contenido; de escribir muy largo… ¡leer…qué costumbre tan anticuada!… de usar conceptos no comunes y poco entendibles, etc. Pero no es culpa nuestra si no se tiene por tarea personal, de crecimiento y de madurez, informarse, estudiar e investigar. Y como lo nuestro no es publicidad, ni página social, sino exposición de Fe, de Doctrina y de Propuesta Espiritual, entonces lo menos que podemos hacer es, precisamente,  ser y permanecer fieles a nuestra esencia y objetivos.

Esperamos que nuestros críticos, incluso detractores, usen la misma metodología de responsabilidad y rigurosidad. Pero la realidad nos muestra que es más fácil denigrar, atacar, calificar, discriminar, ofender, vilipendiar, agredir, mentir, tergiversar, dañar, sembrar cizaña y soplar rumores. Sin embargo, nosotros nunca responderemos de tal modo, e incluso a la acusación calumniosa hecha pública también contestaremos con altura, con contenidos y suficientes argumentos. En otros casos no públicos o sin connotación, guardamos silencio. No nos interesan los litigios, no buscamos la confrontación, y no tenemos enemigos (según nuestra voluntad y disponibilidad…que existan quienes nos sientan enemigos suyos, es un asunto de quién así lo siente…no podemos hacernos cargos de los fantasmas de quienes nos usan para desahogar frustraciones personales).

Lo Cristico y la Apostasía

Es necesario seguir aclarando, porque la bruma de los fanáticos suele pasar rápido pero igual deja gusto ocre y desagradable: nuestras observaciones, críticas y posiciones doctrinarias con respecto a las iglesias del cristianismo cultural, nunca se sostienen en la odiosidad y menos en el odio: eso sería contrario a todo lo que somos y exponemos, y nos haría caer ante Nuestro Dios Vivo, Cristo, el Verbo. Nos sustentamos en hechos, en datos históricos, en episodios concretos, en situaciones tangibles y comprobables: como la ola de abusos infantiles venidos a flote en la iglesia católica en estos años; como la acentuación de la riqueza y las indignas campañas de recolección de dinero en las iglesias evangélicas que aparecen por televisión y otras que basan su ‘misión’ en el dinero.

Aun tratándose de hechos comprobables y públicamente connotados, igual se nos tilda en forma soez por nuestros artículos y declaraciones en los cuales exponemos nuestro pensamiento y en donde intentamos explicar la razón de fondo de estos comportamientos. Por ejemplo, ya sabido es que por llamar a nuestros lectores y amigos a ‘investigar’ las razones del celibato en la iglesia vaticana un leguleyo  llevó nuestro nombre ante una fiscalía, por un caso en el cual nada, absolutamente nada teníamos que hacer como Entidad, y nos expuso ante la opinión pública cuan verdaderos ‘agentes  de investigación’ que lavan el cerebro a los suyos y quieren denigrar a… Maciel… los Legionarios… a la Iglesia Católica (¡Sic!) Nada podemos hacer nosotros que ellos mismos ya se hayan hecho.

El sustento de nuestra crítica para con la iglesia del Vaticano, aparte de los hechos y la historia, que es igual para todos y están a disposición de quién quiera, se cimenta en una conclusión doctrinaria, la cual, para entender es requerimiento imprescindible…saber. Para ‘saber’ es fundamental: indagar, investigar, estudiar, analizar, comparar y concluir. Y es en virtud de este ‘saber’ y de la Fe que nos mueve, primero la Fe luego el ‘saber’, es que  concluimos con profunda reflexión y en meditación, la nítida calidad de la Apostasía que reina en la cristiandad institucional.

Apostasía en el estricto universo escatológico de lo Crístico es la doctrina, y el hacer concreto,  que en el nombre de JesúsCristo niega la esencia y la profunda enseñanza de los Evangelios; apostata de Cristo en el nombre de Cristo. Y este asunto no es nuevo. Ya se presenta a los pocos años después de los Hechos de Cristo y los inicios del apostolado de los discípulos y discípulas de Cristo. Y la razón de esta larva que crece en el cuerpo de la cristiandad temprana se encuentra en el apego de los judíos-cristianos a sus normas antiguas, a su costumbre ritual y su concepción del sacerdocio. La mayor dificultad teórica era la de hacer congeniar la Enseñanza de Cristo con la vieja Ley que aún pesaba en la cultura y estructura de ese núcleo inicial. Los debates críticos, y no por eso de condena, que Pablo interpone ante Pedro y las comunidades de judíos-cristianos ya establecen dos conclusiones Doctrinarias que serán abismales con el pasar de los siglos: Pablo asume que la liberación de Cristo no es exclusiva de los Judíos, porque entonces JesúsCristo no sería el Hijo de Dios Padre, Dios Él Mismo, sino un maestro o profeta más de los tantos que hubo en Israel. La idea del mesías liberador al estilo ‘rey David’, el cual comandaría las tropas hebreas hacia la total liberación y la plena posesión de la Tierra Prometida, era, y es, la única idea del Cristo Esperado por los judíos de entonces y por los ortodoxos actuales. De acuerdo a ello: ¿cómo hacer cuadrar en la lógica judía esta enseñanza, obra y presencia del Cristo en Jesús?.

Los Evangelios sinópticos constituyen un legajo de Testimonios sobre las Enseñanzas del Cristo, y los episodios de su vida y muerte, de su Resurrección y de los días hasta su Ascenso y el Descenso del Espíritu Santo. Sabemos que es una recopilación de escritos reales, verdaderos, que circularon entre los cristianos primitivos no como ley, sino cuan Testimonios. Y sabemos que junto a estos sinópticos conocidos habían decenas de otros Testimonios que rompían la cronología de hechos y entraba en la experiencia Espiritual, Mística, Carismática con el Cristo Dios y su Reino. Y entre estos tantos pergaminos no pocos pertenecían a sectas (cuando sectas era el nombre común de toda agrupación religiosa) Gnósticas. Y sabemos que estos Gnósticos nunca fueron una institución, sino diversos grupos que a su vez se identificaban unos bajo la clave ‘Hijos de Set’ y otros bajo la dudosa nómina de ‘Hijos de Caín’ o ‘Cainitas’. Pero no solamente los Gnósticos reflejaban en sus escritos vivencias místicas, sino que hubo muchos apóstoles, discípulos de apóstoles, hijas e hijos de éstos, incluso esposas (como la mujer de Felipe)  que confesaron por escrito haber sostenido encuentros espirituales con Cristo y haber visto el Reino. Por último, inquietaba a los varones tradicionalistas y apegados a la cultura de sus padres, el rol activo de las mujeres en este período inaugural de la cristiandad. Impresionaba a los Romanos la presencia abnegada y de liderazgo de las mujeres que morían dignas y firmes en los circos de la muerte. Preocupaba, y mucho, a los líderes primarios ligados a la ortodoxia judaica el papel de Magdalena y de otras cientos de mujeres, las cuales ejercían sacerdocio con toda autoridad.

La revisión histórica y su comparación y análisis, no arroja que el rol de Pedro haya sido fundamental. Pedro era parte de esa camada conservadora que intentaba fundir a la fuerza el judaísmo con el naciente cristianismo. Todos los episodios de Pedro están circundados por la duda. Sin embargo, la Apostasía ha debido alzar a Pedro cuan ‘padre de la iglesia’ sin un asidero histórico claro, porque no hubo ‘iglesia’ en los tiempos de Pedro, ni por mucho tiempo después de éste. Las Comunidades originales eran asociaciones libres de personas que se reunían a orar, sin estamentos jerárquicos, ni reglas pre-establecidas, ni deberes rituales programados. La esencia del cristiano era: ‘vivir como Cristiano’, y ese ‘radicalismo’ en la vida diaria era y fue lo que atrajo la ira de los enemigos romanos y judíos. No era la doctrina escrita,  no que se alzaran edificados o que postularan a influir en los príncipes lo que molestaba…era su forma de ser, de vivir y de hacer aquello que irritaba a los poderosos, pues era un modo contagioso que causaba admiración y luego seguimiento de muchos. Los primeros estamentos sacerdotales institucionales fueron creados, precisamente, por los cristianos-judíos, y lo hicieron a imitación del viejo sacerdocio conocido.  Pero eran presbíteros que ejercían en su área y no necesariamente constituían autoridad universal válida para todo cristiano.  Pablo, por ejemplo, nunca fue un sacerdote de esta índole, y sin embargo expone en su Carta a Hebreos una postura definitiva sobre aquello que debe entenderse y aplicarse en el Nuevo Sacerdocio de Cristo, según la Línea Perpetua de la Orden de Melquisedec. Y esta observación fundamental contradice el sacerdocio que se estaba aplicando a imitación de la Vieja Ley.

El concepto de ‘Iglesia’ surge con la conversión de los Apologetas griegos, y con ellos se introduce el griego como escritura fuerte entre los cristianos. Iglesia es palabra y concepto griego; significa ‘asamblea’ y es la traducción uniforme que se hizo de Comunidad, Congregación. Pero además de la palabra se aplicó literal la orgánica asamblear  dirigida por líderes y sacerdotes que, con el tiempo, fueron adquiriendo jerarquización y estructura, incipiente, ciertamente, muchas veces no ligadas entre sí.  En las ‘iglesias griegas’ hubo influencia de su propia cultura y de su característico modo de entender la Comunidad, con su estilo de ritos y costumbres. Los Apologetas griegos son hoy calificados como los primeros ‘Doctores’ de la iglesia, y son ellos, no los judíos-cristianos, quienes desarrollan la teoría y la Doctrina de envergadura que aún hoy es motivo de estudio y referencia. Son ellos quienes distinguen la diferencia entre Alma (psiquis) y Espíritu, Y son éstos Doctos quienes mayormente desarrollan el rol y característica del Espíritu Santo. Con ellos el Cristo es aceptado sin discusiones cuan Dios, y con la divinidad de Cristo vienen las primeras disidencias. También es a partir de estos pensadores griegos convertidos al cristianismo que la relación entre la enseñanza de Cristo y los Escritos Hebreos pasa a ser tema de análisis, posturas y discusión…y de contradicciones.

Se debe tomar en consideración de que estos ‘padres de la iglesia’ se dieron a la tarea de refutar los ataques, burlas y mentiras de los romanos y de los judíos que hilaban todo tipo de falsedades en contra de la secta de los cristianos. Jamás antes que ellos el cristianismo había tenido defensores de altura, con capacidad de dialéctica de alto nivel ni prestigio indiscutible. Sucediendo esto al final del primer siglo y en el segundo siglo, es natural concluir que son ellos los verdaderos ‘fundadores’ de la iglesia en cuanto dieron sustento doctrinario y organicidad sólida. Solo Pablo estuvo al mismo nivel y cumplió el mismo rol que estos Apologetas griegos.

En el siglo Cuarto se produce la crisis que pudo acabar con el Imperio Romano, ya dividido en dos poderes: una en Roma y otra en Bizancio. La crisis era militar, política, económica…pero sobre todo moral. Los dioses romanos no habían resguardado la magnificencia de Roma y no había en el plebeyo respeto alguno por las autoridades, porque ya no había dioses a los cuales dirigirse. La nobleza siempre corrupta había decaído a su punto más lamentable. En ese cuadro, Constantino, un noble tan corrompido y criminal como el que más, usa la guerra como aliciente para sus tropas y con ello la esperanza de ganar espacios perdidos que le hicieran recuperar el status imperial de otrora. Es en medio de una de esas batallas cruciales que el alicaído General  declara al Dios de los cristianos que si él vence en esa la guerra, y esa batalla, él se haría a su religión y gobernaría con ellos. La leyenda dice que entonces Constantino vio una cruz en las nubes y se dio fuerzas e ímpetus…y ganó la batalla, y la guerra,  y accedió al trono en gloria y majestad.

Constantino no llamó y reunió a los líderes de las iglesias para que lo ayudasen. O para que lo aconsejaran: él se coloca a sí mismo como cabeza de la Iglesia y ordena unificar toda organicidad reconocida y todo sacerdocio declarado bajo su jurisprudencia y mandato. Así nace la Iglesia de Roma. Y es en Roma porque Constantino era el Emperador de la parte Romana del Imperio. Con esta realidad histórica cae el mito de que Pedro, siendo iniciador de la Iglesia, al morir en Roma indica la cuna en donde debía fomentarse y crecer la iglesia futura. Luego la historia nos enseña que bajo la mano dura de este Emperador, el que asesinó y derramó propia sangre de su familia, se establece la rígida jerarquía, el mandato del ‘pastor’ y la obediencia de ‘las ovejas’, y se da inicio a la búsqueda de hallar el ensamblaje entre los escritos Hebreos y los escritos cristianos; para eso debía antes ‘legalizarse’ el cúmulo de escritos cristianos debidamente autorizados y sancionados.

En este proceso la mujer desaparece del tinglado eclesiástico: pero los señores de la iglesia podían casarse, tener amantes e incluso darse ciertas libertades. Mientras que una larga secuela de leyes y ordenanzas intenta poner orden en este asunto, desmintiendo de plano la teoría de que el celibato sea una ley de Dios, concibiéndose en la misma iglesia como una medida necesaria para mejor desempeño del sacerdocio.

Consideraciones históricas necesarias:

Siglo IV
Concilio de Elvira del año 306, España, Decreto 43: todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de dar misa perderá su trabajo. Concilio de Nicea, año 325: se decreta que una vez ordenados, los sacerdotes no pueden casarse. Se proclama el Credo de Nicea. Concilio de Laodicea, año 325: las mujeres no pueden ser ordenadas. Esto sugiere que antes de esta fecha se realizaba la ordenación de mujeres. Año 385: el Papa Siricio abandona a su esposa para convertirse en Papa. Se decreta que los sacerdotes ya no pueden dormir con sus esposas.

Siglo V
Año 401: San Agustín escribe que «Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer»

Siglo VI
Año 567: El Concilio de Tours II establece que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa será excomulgado por un año y reducido al estado laico.  Año 580, Papa Pelagio II: Su política fue no meterse con sacerdotes casados en tanto no pasaran la propiedad de la iglesia a sus esposas o hijos. Año 590 a 604: El Papa Gregorio, llamado «el Grande» dice que todo deseo sexual es malo en sí mismo.

Siglo VII
Francia: los documentos demuestran que la mayoría de los sacerdotes eran hombres casados.

Siglo VIII
San Bonifacio informa al Papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote es célibe.

Siglo IX
Año 836: El Concilio de Aix-la-Chapelle admite abiertamente que en los conventos y monasterios se han realizado abortos e infanticidio para encubrir las actividades de clérigos que no practican el celibato. San Ulrico, un santo obispo, argumenta que basándose en el sentido común y la escritura, la única manera de purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato es permitir a los sacerdotes que se casen.

Siglo XI
Año 1045: El Papa Bonifacio IX se dispensa a sí mismo del celibato y renuncia al papado para poder casarse. Año 1074: El Papa Gregorio VII dice que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero un voto de celibato: «Los sacerdotes deben primero escapar de las garras de sus esposas». Año 1095: El Papa Urbano II hace vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos son abandonados.

Siglo XII
Año 1123: Papa Calixto II: El Concilio de Letrán I decreta que los matrimonios clericales no son válidos. Año 1139: Papa Inocencio II: El Concilio de Letrán II confirma el decreto del anterior Concilio.

Siglo XIV
El Obispo Pelagio se queja de que las mujeres, en ciertas áreas,  son aún ordenadas y administran confesiones.

Siglo XV
Transición: 50% de los sacerdotes son hombres casados.«El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo.» Declaración del Papa Juan Pablo II en julio de 1993.

Siglo XVI
1545 a 1563: El Concilio de Trento establece que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio.

(Fuente: FutureChurch)

«En Oriente

En Oriente, luego de diversas prohibiciones y concesiones, se permitió, desde el siglo VII en adelante, a los Sacerdotes y Diáconos, vivir con sus esposas si ya habían contraído matrimonio antes de ser ordenados como sacerdotes. De esta manera el celibato se convierte en requisito fundamental para aquellos que han de ocupar los más altos cargos de la iglesia, por lo demás es importante mencionar también que jamás faltaron entre los religiosos hombres que vivían en monasterios en los que se observaba no sólo castidad sexual sino también pobreza y obediencia como los Ascetas por ejemplo que buscaban la purificación progresiva y esfuerzo constante para conseguir un ideal moral y agradar a Dios no importando qué cosas tenían que sacrificar y abandonar. Recibieron varios nombres los que lo practicaron: confesores (confiesan su fe), los continentes (practican la castidad) y los ascetas. A las mujeres se les da el nombre de: esposas de Cristo, siervas de Dios o vírgenes consagradas».

“Los ascetas, aunque no tenían una estrecha relación entre los cargos más importante del clero nos dan a entender que esta enseñanza no era desconocida y al mismo tiempo también son vinculados como el primer grupo de personas que aceptaron el llamado de ser célibes pues entre sus creencias consideraban que era de suma importancia alejarse todo lo que tenga que ver con satisfacción de yo, y abnegarse a todo lo que te distraiga de la comunión personal con Dios en cumplimiento dicen ellos de Marcos 8:35.”

«En el 692 DC. en el sínodo de Trulla se llegó a una legislación que parafraseado mencionaba que los obispos estaban obligados a vivir en continencia por lo cual el clero vio conveniente elegir para el ministerio a monjes; mientras que los sacerdotes, los diáconos y subdiáconos no podían casarse después de la ordenación, pero si ya estaban casados podían seguir viviendo con sus esposas e incluso manteniendo relaciones sexuales».

«En el Occidente

La ley del celibato fue promulgada por la iglesia latina primero de forma implícita en el primer concilio de Letrán hacia el año 1123 de nuestra era, bajo el Papa Calixto II, y más tarde explícitamente en los cánones 6 y 7 del segundo concilio de Letrán 1139 bajo el Papa Alejandro II. Mientras el primer concilio sólo habla de la disolución matrimonial de los clérigos mayores, el segundo decretó la invalidez del matrimonio. Es decir, se llegó a la conclusión: «los matrimonios de subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación son inválidos: y los candidatos al sacerdocio que ya están casados, no pueden ser ordenados. Esta decisión fue confirmada por Alejandro III en el año 1180 y Celestino II en 1198».

«El concilio de Letrán, afirmando la invalidez del matrimonio en el caso de los clérigos con órdenes mayores o de los religiosos con votos solemnes. Edward Schillerbeeckx menciona (parafraseando) que antes del siglo XI esta enseñanza del celibato para los sacerdotes era si bien es cierto siempre promulgada y confirmada, sin embargo era siempre adoptada parcialmente, y de ello eran consientes las autoridades. Después de haberlo intentado de muchas maneras imponiendo sanciones económicas y multas, recurren al medio más drástico recién en el año 1139, fue en este año como ya se mencionó que el sacerdocio se convirtió en un impedimento para el que ejerza este cargo el matrimonio y solo los solteros podían ser ordenados. Además no es solo por puro gusto sino porque mantiene una motivación netamente espiritual de servicio completo a Dios, es decir la pureza ritual y la desconfianza hacia lo sexual, es esto lo que explica la ley del celibato para el sacerdocio católico romano».

«Posteriormente al concilio de Letrán I con la ley de celibato, algunos de los sacerdotes satanizaron el sexo, es decir que argumentaban que la sexualidad era producto del pecado y cosa de demonios sin embargo esa no era la verdadera razón del celibato. En el concilio de Letrán II que se realizó ya en el siglo XII casi un siglo después del primer concilio en Letrán se promulgó oficialmente dicha ley, expresada claramente enfatizando que era por cuestiones de pureza para el sacerdocio y no para otra cosa desviada de doctrina. Edward menciona lo siguiente: «Con el fin de que la lex contineniae y la pureza, tan agradable a Dios, aumenten entre los clérigos y consagrados, establecemos La ley del celibato como instrumento eficaz para cumplir de una vez la ley de la continencia». Sin embargo este concilio llevado a cabo el años 1545-63 aproximadamente confirmó que la enseñanza era del clero por ley de la iglesia y no por la ley de Dios».

«Es  en este periodo de la edad media aproximadamente donde ocurrió la reforma protestante por muchos hombres tales como Calvino que se atrevió a decir que el celibato no debía ser juzgado como mayor de los méritos que el estado del matrimonio, y protestó contra el desprecio que generalmente le daban algunos fanáticos católicos tales como Jerónimo que argumentaba que el matrimonio «era una relación impura», de esta manear también Martín Lutero en su lucha contra la Roma Papal denuncia injusticias e incumplimiento de sus propias leyes y más aún de que esas leyes no tiene sustento bíblico ni apoyo de Dios en su realización».

«Como es de suponerse a raíz de la reforma de Lutero y de otros hombres que la precedieron y la continuaron esta enseñanza netamente católica se vio en muchas veces a ser derribada, pero sigue manteniendo hasta hoy su validez tal como en el concilio de Trento II se acordó, claro que es importante decir que esta práctica de la Iglesia Católica Romana está sujeta la absolución si ella si lo creyese oportuno».

«Podemos entender que esta ley del Celibato de la Iglesia Católica Romana puede ser abolida como menciona este fragmento de un artículo: «habría que especificar que el deber de celibato no forma parte de la naturaleza intrínseca del sacerdocio, sino que se trata de una gracia añadida que la Iglesia reconoce como ideal para el desempeño del ministerio. Ideal, y en estos momentos, obligatoria según las leyes eclesiásticas, que no deben sin embargo considerarse leyes divinas. O más aún como menciona Robert G. Clouse, actualmente la Iglesia Romana juzga útil el celibato de los ministros por cuanto les concede mayor libertad para el servicio de Dios, aunque también afirma que la iglesia puede anular esta regla cuando lo decida».

«Al respecto, es de gran importancia mencionar que el Papa Pablo VI se pronunció ante este tema en Junio 24 del año 1967 en una Encíclica: «sacerdoialis caelibatus»: El Celibato Sacerdotal hoy. Donde expone todo un argumento detallado del porqué es que la Iglesia Católica Romana sigue ese principio de fe, esta tesis empieza así: «A los obispos, a los hermanos en el sacerdocio a los fieles de todo el mundo católico. El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras».

«La Iglesia Católica Apostólica Romana, reafirma este dogma de manera tajante para los sacerdotes que ministran en la obra de Dios y su iglesia;  de esta manera todo aquél que desea  buena obra  es necesario que adopte el don del celibato, que según llama la Iglesia Católica Romana es una manera especial de servir el cual es honrado y bueno ante los ojos de Dios. Pues no existe ataduras para servir, no hay distracciones, sólo existe Dios y su relación con el sacerdote».

(Fuente: El celibato católico: origen, desarrollo histórico y la verdad sobre este asunto . Heyssen Cordero)

Queda en evidencia un hecho irrefutable: que son los varones de la iglesia quienes definen el celibato como regla forjada ante hechos que ‘distraían’ a los sacerdotes, y que finalmente quita a las mujeres de todo rol directo o indirecto en los poderes eclesiásticos, y las obliga a servir en claustros cuan sacrificio de consagración.

La Paz de Cristo y la Historia de Guerra del Vaticano

Reseña histórica necesaria:

Origen

Desde que se instituyó la sede episcopal de Roma, los fieles, y en mayor medida los emperadores cristianos, fueron donando a la Iglesia romana cuantiosos bienes territoriales, algunos de ellos constitutivos de importantes extensiones de terreno. Estas posesiones, más otras de carácter inmueble, vinieron a integrar lo que se conoció como Patrimonio de San Pedro, y estuvieron diseminadas por toda Italia e incluso fuera de ella. Su administración, aunque no convirtió inicialmente a los papas en jefes de Estado, les confirió no obstante auténticas prerrogativas civiles y políticas reconocidas por la Pragmática Sanción de 554 promulgada por el emperador Justiniano I (una vez que, tras la conquista de Belisario, Roma volvía a estar bajo la soberanía de los emperadores, tras el interregno hérulo y ostrogodo), entre otras la de poseer una fuerza militar que llegó a constituir un respetable ejército puesto en acción en múltiples ocasiones, en no pocas bajo el mando del propio pontífice-caudillo. Por otro lado, muchos de los papas procedían de las clases dominantes romanas y ejercieron simultáneamente el cargo episcopal y el de gobernante civil de la Ciudad Eterna. Tal fue el caso de Gregorio Magno (590 – 604), hombre avezado en el desempeño de funciones políticas pues había ostentado anteriormente el cargo de prefecto de la propia ciudad (prefectus Urbis) y pertenecía a una familia de patricios romanos.

Los Estados Pontificios

La donación de Pipino el Breve por el Tratado de Quierzy, al Papa Esteban II, en el año 756.

A partir de ahí se produjeron nuevas conexiones entre el Papado y los monarcas francos. Roma se vio amenazada por los lombardos, cuyo ejército cercó la ciudad mientras el papa Esteban II solicitaba inútilmente ayuda al emperador de Bizancio. Denegado el auxilio bizantino, el papa pidió a Pipino una intervención urgente. El Rey franco realizó dos incursiones en Italia, forzó a los lombardos a abandonar el asedio de Roma y les obligó a devolver sus conquistas. Finalizado el conflicto, los territorios situados en la Romaña y las Marcas no fueron restituidos al control de Bizancio, sino que fueron conferidos al papa –donación de Pipino, en el año 756-, como legítimo representante del poder imperial. Este tratado destruyó a los lombardos y permitió la constitución del Estado Pontificio independiente de todo poder temporal, base del futuro poder de la Iglesia Romana.

Esteban II fue Papa del año 752 al 757. Al poco tiempo de ocupar el solio, Esteban vio en peligro la libertad de Roma a la llegada de Astolfo (749-756) tras la conquista de Rávena. Astolfo había prometido una tregua de 40 años, pero no la respetó sino que decidió exigir impuestos anuales de cada habitante de Roma, a la que consideraba su feudo. Al mismo tiempo, rechazó diversas peticiones que le hizo un emisario de Bizancio, acompañado, por Pablo, hermano del Papa, para que restituyera los territorios imperiales de los que se había adueñado. Ante tantos fracasos, el Papa pidió ayuda al emperador Constantino V (741-775), pero tampoco logró mucho, de suerte que optó por dirigirse finalmente a Pipino III, rey de los francos (751-768), así como antes Gregorio III se había dirigido en su momento a Carlos Martel el año 739. Pipino dio una respuesta afirmativa y al mismo tiempo envió dos emisarios al Papa para escoltarlo. El 6 de enero del 754 Esteban II fue acogido obsequiosamente por Pipino en Ponthión. Esteban volvió a suplicar al rey para que liberara al pueblo de los longobardos. El resultado de este encuentro fue el compromiso de Pipino de proteger la iglesia romana y las prerrogativas del Papa, al que prometió por escrito que garantizaría como legítimas las posesiones de San Pedro, además del ducado de Roma, Rávena, el exarcado y otras ciudades, más otras áreas vastas de la Italia del norte y central.

Desaparecido el Imperio carolingio, el autoproclamado rey de Italia, Berengario II, amenazó las posesiones eclesiásticas. El papa Juan XII requirió el amparo de Otón el Grande, quien doblegó al hostigador y entró triunfante en Roma. Allí, en la Basílica de San Pedro, el papa restableció la dignidad imperial, coronando a Otón como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico el 2 de febrero de 962, mientras que Otón, por su parte, ratificó la potestad de la Iglesia sobre los Estados Pontificios mediante el «Privilegium Othonis».

La Italia meridional nunca formó parte de los Estados Pontificios, pero sí estuvo sujeta a vasallaje de éstos durante el periodo de dominación normanda. En 1059, mediante el concordato de Melfi, dimanado del concilio celebrado en esta ciudad, el papa Nicolás II otorgaba a Ricardo de Aversa la investidura del principado de Capua, y a Roberto Guiscardo la del ducado de Apulia y de Calabria, así como, para un futuro, del señorío de Sicilia. Como contrapartida a la unción papal con que se vieron dignificados, se comprometían éstos a prestar vasallaje al sumo pontífice en todo momento. Roberto Guiscardo se mostró imparable en sus conquistas y en pocos años ocupó toda Sicilia y tomando a los musulmanes Palermo y Mesina, y a los bizantinos directamente Bari y Brindisi, y bajo su soberanía teórica Amalfi y Salerno. Cuando en 1080 Gregorio VII precisó el auxilio militar del normando le otorgó su apostólico beneplácito a las conquistas a cambio de una formal declaración de vasallaje hacia la Santa Sede sobre todos los territorios ganados.

En las postrimerías del pontificado de Inocencio II, hacia 1143, coincidiendo con el movimiento reivindicativo municipal que se extendía por todas las ciudades de Italia, el Senado romano se hizo con buena parte del poder civil de los papas. El sucesor de Inocencio, Lucio II intentó restablecer por las armas el orden anterior y atacó el Capitolio al frente de un ejército, pero el Senado le infligió una severa derrota. Arnaldo de Brescia se puso al frente de la revolución popular y senatorial romana. Bajo su liderazgo se pidió que el papa depusiera todo poder temporal, y que él mismo y el resto del clero entregasen sus posesiones territoriales. Roma se apartó de la obediencia civil al papa y se declaró nueva república. Federico Barbarroja devolvió al papa Adriano IV el gobierno de los Estados Pontificios cuando, deseando ser coronado emperador en Roma de manos del pontífice, entró en 1155 en la ciudad con un potente ejército y apresó y ejecutó a Arnaldo de Brescia. No obstante, fue el propio Federico quien, en aras de una política expansionista que aspiraba al control de toda Italia, puso años después a los papas en grave riesgo de perder sus posesiones.

Inocencio III dio un impulso decisivo a la consolidación y engrandecimiento de los Estados Pontificios. Sometió definitivamente al estamento municipal romano y privó de poderes al senado de la urbe. Recuperó el pleno dominio de aquellos territorios pertenecientes al patrimonio de San Pedro que el emperador había entregado a mandatarios germánicos, expulsando a los usurpadores de la Romaña, del marquesado de Ancona, del ducado de Spoleto y de las ciudades de Asís y de Sora. Por la fuerza de las armas precedida de la excomunión eclesiástica se incautó de los territorios en litigio que habían constituido las posesiones de la condesa Matilde de Toscana y que, presumiblemente, habían sido legados como herencia a la Santa Sede, pero que permanecían en posesión de vasallos del emperador. De esta forma obtuvo el reconocimiento por parte de las ciudades de Toscana de su soberanía, y con ello el norte de Italia sacudía el dominio germánico y caía bajo la órbita de la autoridad pontificia.

Era precisa una actuación resuelta y aplastante contra todos aquellos rebeldes si se quería reunificar el patrimonio de San Pedro. Aprovechando la presencia en Aviñón del español Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo y avezado militar, que había participado con las huestes de Alfonso XI de Castilla en la Batalla del Salado y en el sitio de Algeciras, Clemente VI le elevó al cardenalato y le confió la misión de reclutar un ejército. Dos años después (1353), entronizado ya Inocencio VI, portando una bula por la que se le nombraba legado papal plenipotenciario para los Estados Pontificios, se aplicó Gil de Albornoz a la misión encomendada, consiguiendo militarmente todos sus objetivos. Recuperó cuantos territorios habían sido usurpados y doblegó a los altivos cabecillas de la insubordinación italiana; los estados de la Iglesia volvían, agrupados, a la obediencia del papa. Albornoz también redactó y puso en práctica el primer marco jurídico específico para los Estados Pontificios, las Constitutiones Aegidianae (las Constituciones Egidianas –por Egidio, esto es, por Gil) que siguieron en funcionamiento hasta los Pactos de Letrán (1929) que fundan la Ciudad del Vaticano.

Renacimiento

La singularidad de Alejandro VI (el papa Borgia) estaba en que concebía la organización papal como una monarquía personalista y ansiaba la formación de un reino centro italiano desvinculado de la Santa Sede, cuya corona descansase sobre la cabeza de alguno de sus hijos. A tal efecto, decidió subyugar a los tiranos locales, vasallos nominales de Roma pero que gobernaban a su antojo sus respectivos feudos. Con su hijo Juan, duque de Gandía, a la cabeza de los ejércitos pontificios fueron cayendo los castillos de Cervetri, Anguillara, Isola y Trevignano, acciones por las que le nombró duque de Benevento y señor de Terracina y Pontecorvo. Cuando Juan murió asesinado, el papa encomendó la capitanía de sus ejércitos a otro de sus hijos: César Borgia. Con la ayuda militar francesa, Cesar tomaba en 1499 las ciudades de Imola y Forlí gobernadas por Catalina Sforza, y luego la de Cesena. Más tarde se apoderó de Rímini, señoreada por Pandolfo Malatesta y de Faenza, de Piombino y su anexa Isla de Elba, de Urbino, Camerino, Città di Castello, Perusa y Fermo, y por fin de Senigallia. De todo ello pasaba a ser dueño el hijo del papa a quien éste había nombrado soberano de la Romaña, Marcas y Umbría.

El empeño del papa Julio II (1503-1513) consistió en devolver a la Iglesia las posesiones de que los Borgia se habían apropiado. En algunos casos lo consiguió con facilidad; en otros por la fuerza de las armas. Perusa y Bolonia quedaron reintegradas en los Estados Pontificios de esta manera en 1506. Venecia amenazaba con competir con el Vaticano por el dominio de Italia; para atajar este peligro, Julio II formó la Liga de Cambrai con la intervención de Francia, España, el Sacro Imperio, Hungría, Saboya, Florencia y Mantua. Venecia no pudo oponer resistencia a tan potente enemigo y resultó derrotada en la batalla de Agnadello en 1509, dejando al papa sin rival. Con la ayuda de España trató luego de desembarazarse de la presencia en suelo italiano de los franceses, dueños de Génova y Milán. Lo consiguió tras dura lucha, pero lo que nunca lograría es liberar a Italia del dominio español que perduraría intensa y prolongadamente, en especial durante los reinados de Carlos I y Felipe II, aunque éstos nunca acrecentaron sus posesiones a costa de los Estados Pontificios. Por el contrario, Felipe II, si bien contra sus deseos, no impidió que el papa Clemente VIII anexionase a los bienes de la Iglesia la ciudad de Ferrara en 1597.

Movimientos revolucionarios


Mapa de Italia en 1796, mostrando los Estados Pontificios antes de las guerras Napoleónicas que cambiaron el mapa de Italia.

Los Estado Pontificios en 1806.

La invasión napoleónica de Italia en 1797 no se detuvo ante las puertas de Roma: un año después las tropas francesas entraban en la ciudad. Unidos a los franceses, los revolucionarios italianos exigieron del papa la renuncia a su soberanía temporal. El 7 de marzo de 1798 se declaró la República Romana y el papa fue apresado y deportado a Francia. Napoleón Bonaparte quiso regularizar las relaciones con la Iglesia, lo que quedó plasmado en el Concordato que Francia y la Santa Sede firman en 1801. El papa –lo era entonces Pío VII– regresó a Roma, de donde retornó a París para coronar emperador a Napoleón en 1804. Pero pronto el papa supuso un estorbo en los planes del emperador, quien en 1809 se adueñó de los Estados Pontificios, los incorporó al Imperio francés y retuvo a Pío VII como prisionero en Savona. Tras las derrotas de Napoleón, el papa pudo retomar sus posesiones en 1814, siendo reconocida en el Congreso de Viena de 1815 la pervivencia de los Estados Pontificios dentro del nuevo orden europeo, aunque con una ligera merma territorial que fue a parar a poder del Imperio austríaco.

El espíritu revolucionario francés se extendió también por Italia. En 1831, el mismo año en que era nombrado papa Gregorio XVI, estalló un levantamiento en Módena, seguido de otro en Reggio y poco después en Bolonia, donde se arrió la bandera papal y se izó en su lugar la tricolor. En cuestión de semanas todos los Estados Pontificios ardían en la hoguera revolucionaria y se proclamaba un gobierno provisional. En torno a la Marca se creaba el «Estado de las Provincias Unidas» de la Italia central. Gregorio XVI no contaba con efectivos militares suficientes para contener un movimiento de aquellas proporciones; necesitó de la ayuda extranjera, que en esta ocasión le vino de Austria. En febrero de 1831 las tropas austriacas entraban en Bolonia forzando la salida del «gobierno provisional» que se refugió en Ancona; en dos meses la rebelión quedó de momento sofocada. Con verdadera urgencia se dieron cita en Roma representantes de Austria, Rusia, Inglaterra, Francia y Prusia, las cinco grandes potencias del momento, para analizar la situación y elaborar un dictamen sobre las reformas que a su juicio era necesario introducir en la administración de los Estados Pontificios. No todas las sugerencias realizadas en tal sentido fueron aceptadas por Gregorio XVI, pero sí las suficientes como para que los cambios en materia de justicia, administración, finanzas y otras fuesen palpables.

Fin de los Estados Pontificios

Los aires revolucionarios que soplaban con fuerza por toda Italia derivaron en corrientes impulsoras de la unidad nacional. El rey sardo-piamontés Carlos Alberto asumió las iniciativas en pro de tal unidad y declaró la guerra a Austria. El papa Pío IX, que había sido entronizado en 1846, no quiso unirse a la causa, actitud que no le perdonó el pueblo romano. Estalló la rebelión y Pío IX tuvo que huir de Roma en noviembre de 1848. Se abolió el poder temporal del papa y se proclamó la II República Romana. Se organizó un contingente militar aportado por diversas naciones católicas y el 12 de abril de 1850 el papa regresaba a Roma, abolida la efímera república. En el verano de 1859 algunas ciudades de la Romaña se levantaron contra la autoridad del papa y adoptaron la plebiscitaria resolución de anexionarse al Piamonte, lo que se llevó a efecto en marzo de 1860. Ese mismo año, Víctor Manuel solicitó formalmente del papa la entrega de Umbría y de Marcas, lo que Pío IX rehusó hacer. Las tropas piamontesas se enfrentaron a las del papa, que resultaron derrotadas en Castelfidardo (18 de septiembre) y en Ancona (30 de septiembre). La Iglesia se vio desposeída de aquellas regiones que, en unión de la de Toscana, de Parma y de Módena -éstas por voluntad propia expresada mediante plebiscitos-, se anexionaron al creciente reino de Piamonte-Cerdeña (noviembre de 1860), que pasaba a denominarse reino de Italia del Norte. Los Estados Pontificios quedaban definitivamente desmembrados y reducidos a la ciudad de Roma y su entorno, donde el papa, bajo la protección de las tropas francesas, siguió por el momento ejerciendo su declinada autoridad civil.

Pío IX

Desde el comienzo de su pontificado el Papa Pío IX se vio envuelto en la vorágine histórica que significó el proceso de unificación de Italia. Ésta implicaba necesariamente el fin de los Estados Pontificios, a lo que Pío IX se opuso tenazmente. El papa Pío IX se autoproclamó prisionero en el Vaticano cuando el reino papal en Roma acabó a la fuerza, los Estados Papales se unieron al resto de Italia para formar el nuevo Reino de Italia unificado bajo el rey Víctor Manuel II y la ciudad de Roma se convirtió en su capital.

Tuvieron que pasar 59 años hasta que, el 11 de febrero de 1929, Pío XI y Benito Mussolini suscribieran los Pactos de Letrán, en virtud de los cuales la Iglesia reconocía a Italia como estado soberano, y ésta hacía lo propio con la Ciudad del Vaticano, pequeño territorio independiente de 44 hectáreas bajo jurisdicción pontificia.

Mapa de los Estados Pontificios; el área rojiza fue anexionada al Reino de Italia en 1860, el resto (en color gris) en 1870.

Conclusión

La Paz que Cristo nos propone en sus variados pasajes no se condice con esta historia. Todo el sostén de los Evangelios se consolida en principios de no-violencia, de perdón, de no-agresión, de renuncia al dinero y al poder del Mundo. Los propósitos espirituales que el Cristo Vivo nos enseña en nada asemejan a reinados, ejércitos y uso del poder y la fuerza. Aquí nos falta la Historia de las Cruzadas, otro hito de guerras, ejércitos papales y violencia que mantienen este hilo contrario a la enseñanza de Cristo. Y a todo cuanto debemos agregar la Historia de la Inquisición. Y si queremos ser más particulares, de acuerdo a nuestra realidad Americana, es menester ir a revisar la historia de la Iglesia Romana  en la conquista y colonización que sufrieron nuestros ancestros y originales.

Exponemos estos párrafos porque están al origen estructural del ideario político-secular del cristianismo institucional. Han cambiado las condiciones históricas, pero no han mutado las ideas y mentalidad que es algo firme y sólido en su modo de concebir la propia autoridad. No ha existido un cambio en el fondo y en el corazón del catolicismo institucional. Cuando se posee un  peso histórico jamás negado y por mucho reivindicado como el que podemos conocer mediante una breve indagación, es relativamente simple explicar actitudes de abuso de poder que resultan lógicas en una entidad antigua cuyas raíces son las que nos muestra la historia.  El Binomio ‘mentalidad histórica’ y ‘celibato no como ley de Dios sino cuan ordenanza institucional’ produce entonces en algunos miembros de esta Institución esa libertad personal que les autoriza a cometer pecados imperdonables y delitos ante la ley del Hombre.

Distinto sería si el Vaticano se hubiese desmontado a sí mismo, y el papado hubiese renunciado a su Estado Pontificio, y la iglesia  de Roma hubiera redescubierto su raíz espiritual, mística y de Fe Crística cuya esencia es la Paz, el Amor y la Verdad. Y al no proceder de tal manera, sus palabras de paz, sus llamados al amor y su verdad siempre están sujetas a contradicciones entre aquello que se declara y eso que sigue siendo en la realidad concreta. No hay congruencia entre lo que se proclama y lo que se hace, aquello que se conoce y se vive, y hoy todos podemos saber y conocer.

Ahora bien: esa incoherencia, esa historia nunca demolida por acto de Fe y de Humildad, y la insistencia en proclamarse la ‘madre y magisterio de la fe’ de los cristianos, es lo que nos permite aseverar que la Apostasía se halla en la cristiandad institucional que no se atreve a renegar de sí misma, pero sí reniega de la esencia y virtud de los Evangelios.

Ya hemos expuesto una diferencia sustancial en la Doctrina Crística que nos separa, además de no reconocernos en la historia de esta cristiandad institucional,  incluso de la raíz de Salvación: no creemos que la Salvación se concentre en la cruz y en el martirio de Jesús; sino que afirmamos que la Salvación se produce y se manifiesta en los Tres Días en que el Cristo Dios desciende a los Infiernos y revoluciona la Ley de Vida de los Hombres. No concordamos con que el pecado sea mancha indeleble en el Hombre, sino que estamos ciertos que el Hombre nace Inocente y sin Pecado, y se hace al pecado en su andar por el Mundo y al relacionarse con el sistema Cainita de este Mundo. Rechazamos en absoluto la discriminación de la mujer, y somos igualitarios como nuestros padres originarios de la Fe, y coherentes con la Salvación, que es para todos por igual. Concebimos el Sacerdocio como la labor de Fe del Consagrado, y es Consagrado todo aquel que se compromete con Cristo en su bautismo consciente y en edad responsable. Creemos y practicamos las Nupcias y el Matrimonio entre Consagrados, y creemos y actuamos en la vida de familia nuestra Mayordomía Espiritual que guía y orienta a nuestros hijos por el Camino Espiritual Cristico. Practicamos la enseñanza de Cristo de ‘estar’ en el mundo sin ‘ser del mundo: no nos aislamos, no renunciamos a nuestras profesiones u oficios; no renegamos de nuestras familias y damos a ellos testimonio de nuestra Fe;  no rechazamos cargos de responsabilidad en el mundo, y hacemos de nuestra casa, de nuestro trabajo, de nuestro entorno la zona de acción, el templo para manifestar nuestra coherencia. No creemos que los edificados representen la fe y la Gracia de Dios. Rechazamos las riquezas y el lujo como demostración de poder y de fe: creemos que toda ostentación y ambición material conlleva finalmente a la corrupción de la fe y a su caída definitiva. No somos iglesia porque no cumplimos con sus cánones y nos oponemos a la práctica de ‘pastores y ovejas’. Trabajamos para que cada Consagrado sea una persona con formación de Fe, con autoridad en su ejercicio sacerdotal, coherente en todo aspecto de su vida, y tenga capacidad y Sabiduría para asumir sus decisiones y sus opciones. Repudiamos el clientelismo eclesiástico y consideramos oprobioso el sistema que no brinda al creyente la posibilidad de crecer y ser autónomo en su fe y en su Relación con Cristo: porque Cristo es el Sumo Sacerdote, ningún otro. Y es el Cristo Vivo el Único Dios Vivo,  y no es un Jesús muerto que requiere de intermediarios eclesiásticos…varones. El Sacerdocio de Cristo no es, no puede ser, una intermediación que reemplace a Cristo, sino que debe ser, justamente, la Relación de Fe y de Compromiso del creyente Consagrado en su Relación Personal con Su Dios.

Afirmamos la divinidad de Cristo antes de Jesús, en Jesús y después de Jesús. Por lo mismo, llamamos a cuidarnos de la Apostasía que nombra a Jesús y rebaja la condición divina del Cristo, el Verbo, el Alfa y la Omega, el Dios de los Hombres y de los Ángeles.

Creemos en la Madre Sabiduría del Espíritu Santo, y no hay poder posible en el Sacerdocio sin su Unción, Manifestación y Presencia.

Creemos en el Padre Creador que es Espíritu, como Cristo enseña, y que nadie llegará jamás a Él, aunque lo nombre y lo implore, sin la Conducción real y concreta del Cristo Vivo, y sin poner por Obra el designio que cada Hombre trae consigo en Su Espíritu.

Creemos en el Hombre Espiritual, en el Espíritu del Hombre: y por el Camino Espiritual sabemos que todo Hombre puede alcanzar al Cristo Vivo y la Sabiduría del Espíritu Santo; y solo por Espíritu el Hombre carnal muere a este sistema y a la materia para pasar a Persona completa en Dios; porque no hay Persona Completa sin llegar por Espíritu a Dios.

Y si tal es el Plan del Creador, y tal es la Ley de Cristo, y si esa es la esencia de los Evangelios: entonces Apostasía es desviar al Hombre por los entuertos de poder del Mundo para esclavizarlo y permitir que, en nombre de Dios, otros Hombres ejerzan autoridad mundana sobre ellos.

Dios es asunto Espiritual. Nunca entenderemos qué tiene que hacer con los asuntos Cainitas de la guerra, de la política, del dinero y del poder mundano.

La Paz de Cristo es radical: no hay violencia alguna que sea tolerable. Y el abuso a niños es la peor violencia que se le hace al Cristo Vivo.  La Apostasía dice cosas que pueden parecer justas y loables, pero su realidad concreta niega lo que dicen por la boca.

Nuestras razones son profundas. Nada de ligero hay en la opción de Consagración y sacerdocio que hemos optado. Sabemos que la confusión puede afectarnos cuando nuestros acusadores tienen malas intenciones: pero confiamos en que todo Ser posee Espíritu, y basta un minuto de Paz en el Hombre para que la verdad sea certeza en la quietud de su corazón y de su mente.  Dios se manifiesta en la Paz, en la quietud y en la apertura de mente: en la Misericordia.

Sacerdocio bajo la Ley de JesusCristo

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