Agenda de noticias: La polémica de Lefebvre

LA POLEMICA POR EL RELIGIOSO BRITANICO WILLIAMSON, QUE DICE QUE LAS CAMARAS DE GAS NO EXISTIERON

El sucesor del obispo que niega el Holocausto denunció una persecución política y mediática

Para el lefebvrista Alfonso De Galarreta, el acoso a su orden es político y mediático.

El reemplazante del obispo ultraconservador Richard Williamson -expulsado del país luego de negar el Holocausto-, el prelado hispano-argentino Alfonso de Galarreta, asumió, finalmente, el cargo que dejó vacante el polémico religioso británico. Y, al tomar posesión como rector del seminario de La Reja, en el gran Buenos Aires, denunció «una persecución política y mediática, a veces sorda, otras veces más explícita» contra su comunidad lefebvrista y todo el catolicismo.

En la homilía de la misa que ofició en la casa de formación sacerdotal, De Galarreta consideró que «no hay proporción entre el motivo, la causa grave (las declaraciones de Williamson) y el efecto violento que se desató contra monseñor, nuestra comunidad, el Papa y toda la Iglesia». De Galarreta es otro de los cuatro obispos lefebvristas a los que el Papa Benedicto XVI les levantó la excomunión como un primer paso para lograr la vuelta a la Iglesia de los seguidores de monseñor Marcel Lefebvre.

El obispo atribuyó cuanto menos en parte la supuesta persecución a «francotiradores» y «anarquistas» que actuaron movidos «por el miedo pánico a que podamos discutir la doctrina del Concilio Vaticano II». Los lefebvristas siempre se negaron a acatar esa asamblea católica que, en los años ’60 modernizó a la Iglesia, por considerar que lesiona los principios y la liturgia tradicional del catolicismo. Y no parecen dispuestos a cambiar la posición, pese al gesto papal.

De hecho, De Galarreta volvió a marcar distancia. Dijo que su comunidad rechaza «acuerdos prácticos» que no contemplen debatir los postulados del concilio. «No nos sentamos ni estamos dispuestos a recibirlos sin esa condición», dijo. «Lo contrario -señaló- sería el fin de nuestro combate. ¿Cómo podemos obedecer a aquellos que comandan la demolición de la fe en la Iglesia, abrazando el oscurantismo y el liberalismo? Esa es nuestra postura permanente».

Luego de que Benedicto XVI anunció en enero el levantamiento de la excomunión de los obispos lefebvristas, se conocieron las declaraciones de Williamson a la televisión sueca en las que afirmaba que durante la II Guerra no fueron masacrados seis millones de judíos, sino «200 o 300 mil» y que las cámaras de gas no existieron. Sus afirmaciones provocaron una ola de indignación mundial y tensaron fuerte las relaciones entre el Vaticano y la comunidad judía.

En medio del escándalo, el Papa tuvo que aclarar que desconocía el pensamiento de Williamson y pedirle una retractación. El obispo británico pidió perdón por el daño causado, pero nunca se retractó. Como el episodio repercutió fuerte hacia el interior de la Iglesia -y no sólo por el negacionismo de Williamson, sino por la resistencia de los lefebvristas a aceptar el concilio-, Benedicto XVI debió precisar que la comunidad fundada por Lefebvre sigue estando fuera de la Iglesia. Los lefebvristas quedaron fuera de la Iglesia cuando en 1988 Lefebvre ordenó obispos a Williamson, a De Galarreta y a otros dos sacerdotes sin autorización del Papa Juan Pablo II. Esto implicó que los involucrados fueran excomulgados y que se consumara el cisma. Al asumir, De Galarreta también defendió las ordenaciones. «Fue un acto para -afirmó- salvaguardar el verdadero sacerdocio católico, la verdadera fe católica y la supervivencia de la Iglesia».

Con todo, valoró el levantamiento de la excomunión porque «nos quitó el estigma de la condenación» ante el resto de los católicos «a quienes no les llegan nuestras explicaciones». Pero todo el escándalo suscitado fuera y dentro de la Iglesia parece haber vuelto la reconciliación a fojas cero. La DAIA distinguió la semana pasada al canciller Jorge Taiana y al secretario de Culto, Guillermo Oliveri, por las gestiones que derivaron en la expulsión de Williamson.

  

papa_tropiezos_sffBenedicto XVI y sus problemas de comunicación 

El papa Benedicto XVI saluda poco antes de iniciar una conferencia de prensa mientras viajaba en avión a Camerún. El portavoz del Vaticano Federico Lombardi es quien tiene el micrófono.

CIUDAD DEL VATICANO — Ya sea con la Biblia o con Google, desde hace 2.000 años la iglesia busca por todos los medios transmitir la palabra de Cristo.

El papa Benedicto XVI ha acudido a YouTube y ha difundido sus mensajes en chino en el portal del Vaticano. Pero, a juzgar por el revuelo que causó cuando levantó la excomunión de un obispo que niega el Holocausto judío o con sus comentarios sobre el uso de condones en Africa, el pontífice tiene algunos problemas de comunicación.

En los cuatro años que lleva de papado, ha sido criticado por musulmanes, judíos y miembros de su propia congregación. Cada paso que da, parece generar una controversia. Los cuestionamientos de gobiernos europeos la semana pasada a sus comentarios relacionados con el uso de condones son algo sin precedentes.

No sería de extrañar que las dificultades que está teniendo Benedicto sean tomadas en cuenta cuando llegue la hora de elegir un sucesor y los obispos opten por alguien más joven, más a tono con el mundo moderno.

Su predecesor, Juan Pablo II, se hizo fama de gran comunicador y logró evitar las polémicas pese a que tuvo muchos de los puntos de vista de Benedicto. Juan Pablo conversaba con los periodistas en los aviones, caminaba por los pasillos, estrechaba manos y respondía preguntas espontáneamente.

«Le gustaba enterarse de lo que pensaba la gente de él», comentó Marco Politi, un biógrafo de Juan Pablo. De tanto en tanto llamaba a su portavoz, Joaquín Navarro Valls, y le preguntaba, «¿qué piensan de mí?».

Cuando abordó el avión para iniciar su primer peregrinaje por Africa, Benedicto acababa de sortear la crisis derivada del perdón que concedió a cuatro obispos ultraconservadores que habían sido excomulgados, incluido uno que niega el Holocausto, en un esfuerzo por acabar con un cisma.

Benedicto admitió los errores del Vaticano en una carta a los obispos y dijo que lamentaba profundamente el que algunos católicos que deberían estar al tanto de su lucha contra el antisemitismo «pensaran que debían atacarme con abierta hostilidad».

Pero el Papa se encontró nuevamente bajo fuego en su viaje al Africa, por decirle a periodistas que los condones no pueden resolver el problema del sida y que, por el contrario, lo agrava. Ese comentario fue criticado duramente por Francia, Alemania y la agencia de las Naciones Unidas encargada de combatir el sida, quienes lo consideraron irresponsable y peligroso.

La pregunta no lo tomó por sorpresa. Desde que se equivocó al hablar de la excomunión de legisladores mexicanos durante un viaje a Brasil en el 2007, el Vaticano le pide a los periodistas que avisen qué preguntas piensan hacer y decide cuáles acepta. Benedicto tiene tiempo de preparar sus respuestas.

El pontífice de 81 años no conversa con periodistas individualmente, aunque sí se ubica en un extremo del avión, acompañado por sus colaboradores, y responde preguntas secamente.

El cardenal Angelo Bagnasco, líder de la Conferencia de Obispos Italianos, dijo que las críticas al Papa «son exageradas».

Si bien la oposición al uso de condones es una política de siempre de la iglesia, el Vaticano se sintió obligado a pronunciarse nuevamente para decir que esa práctica desvía la atención de las enseñanzas sobre lo que constituye una conducta sexual apropiada.

La primera controversia del papado de Benedicto se produjo en el 2006, cuando sus comentarios sobre el islam y la guerra santa irritaron tanto al mundo musulmán que tuvo que retractarse y decir que se sentía «muy apesadumbrado». Sigue afirmando que las verdaderas religiones deben tomar distancia de la violencia, pero ya no denuncia fe alguna.

El reverendo Thomas Reese, experto en el Vaticano del Centro Teológico Woodstock de Washington, dice que hay que reconocerle a Benedicto mérito por admitir errores y pedir disculpas.

Pero acota que tiene que aprender a comunicarse en forma comprensible y persuasiva. «Benedicto no entiende cómo hay que expresarse en el siglo XXI», manifestó.

En los encuentros individuales, Benedicto es afable, pero no se siente a gusto frente a multitudes.

 

Papa justifica su decisión y denuncia que en la Iglesia se muerden y devoran

En una carta en la que expresa dolor y amargura por las críticas recibidas desde dentro de la Iglesia, el Papa ha justificado la revocación de la excomunión a los cuatro obispos «lefebvrianos», a la vez que se ha lamentado de que en la Iglesia actual «se muerden y devoran» unos a otros.

El Vaticano publicó hoy la carta escrita por Benedicto XVI a los obispos en la que explica porqué levantó la excomunión a los prelados que ordenó el cismático Marcel Lefebvre en 1988, uno de los cuales ha negado el holocausto, desatando una fuerte polémica.

El Papa justificó la medida como un gesto de «misericordia» para evitar la radicalización de los tradicionalistas y reintegrarlos «en la medida de lo posible» en la Iglesia.

«Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose en lo contrario de una reconciliación, obliga a tomar nota», escribe el Papa, que se justifica también con la frase: «¿Acaso la sociedad civil no intenta prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus partidarios, en la medida de lo posible, para evitar su segregación».

Benedicto XVI reconoce que hubo varios «desaciertos» en la gestión, así como una «contrariedad» para él «imprevisible»: el hecho de que uno de los prelados tradicionalistas, Richard Williamson, negara el holocausto judío, que puso en pie de guerra a la comunidad judía internacional y obligó al Papa a pedirle que se retracte públicamente para que pueda ejercer.

El Obispo de Roma «lamentó» que la superposición de los dos casos haya enturbiado las relaciones con los judíos y se quejó de que también le ha dolido que muchos católicos «hayan pensado en herirme con una hostilidad dispuesta al ataque».

Señala que le dijeron que por internet podía haberse enterado de como pensaba Williamson y tras aceptar la sugerencia se ha comprometido a que la Santa Sede preste a partir de ahora más atención a la red.

Benedicto XVI consideró como otro «desacierto» el que su decisión no haya sido explicada de modo suficientemente claro para que quedara constancia de que los «lefebvrianos» aún no están en comunión con Roma.

El Papa subrayó que las revocaciones de las excomuniones son personales y que la Fraternidad San Pío X, fundada por Lefebvre sigue sin tener una posición canónica en la Iglesia y tiene que aceptar antes el Concilio Vaticano II.

«No se puede congelar la autoridad magistral de la Iglesia al año 1962 (previo al Vaticano II)», escribe el Papa, que también advierte «a los que se proclaman grandes defensores del Vaticano II» que tienen que entender que el Concilio lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia».

Reconoce que en los 21 años que los lefebvrianos llevan separados de la Iglesia (tras la excomunión de su líder, el fallecido arzobispo cismático Marcel Lefebvre en 1988) han actuado en ocasiones con «soberbia, de manera presuntuosa y obcecación», pero que también en otros se notó el deseo de volver al redil.

Por eso consideró que no puede dejar indiferente a la Iglesia católica una comunidad con casi 500 sacerdotes y miles de seguidores. (Los lefebvrianos dicen que son un millón).

«¿Podemos simplemente excluirlos como representante de un grupo marginal radical?, ¿Que será de ellos después?», se preguntó el Papa.

Benedicto XVI dijo que la Iglesia tiene que ser generosa y denunció que desde el interior se han producido «salidas de tono».

«A veces se tiene la impresión de que se necesita un grupo con el cual no tener tolerancia alguna, contra el que se pueda arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele -en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor, ni reservas», se quejó el Pontífice.

El Papa recordó la carta de San Pablo a los Galatas en la que les dice que tienen que amarse y les advierte que «si os mordéis y devoráis unos a otros terminaréis por destruiros mutuamente», tras lo que agregó que «por desgracia» hoy en día ese «morder y devorar» sigue presente en la Iglesia Católica.

El Pontífice anunció que la Pontificia Comisión Ecclesia Die, encargada de las relaciones con los «lefebvrianos», que preside el cardenal colombiano Dario Castrillón Hoyos y al que muchos apuntan como el «culpable» de la «mala gestión» del caso, pasará a depender de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Así -precisa- en las decisiones que se tomen participarán prefectos de otras congregaciones (cardenales) y representantes del episcopado mundial.

Marcel-François Lefebvre C.S.Sp. (Tourcoing, Francia, 29 de noviembre de 1905Martigny, Suiza, 25 de marzo de 1991), arzobispo católico francés; tras una dilatada carrera como misionero espiritano en el África Francófona, tomó el liderazgo en la Iglesia católica, enfrentándose con sus compañeros en el episcopado y llegando a desobedecer al Papa por las reformas doctrinales y disciplinares introducidas en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, que a su parecer rompían con la tradición como han enseñado San Pío X y Pío XII. Fundó la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Con el decreto firmado el 21 de enero de 2009 por la Congregación para los Obispos ha comenzado la rehabilitación de su persona.

Vida

Sacerdote, religioso y obispo

Cursó sus estudios de filosofía y teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado sacerdote en 1929 por Monseñor Liénart, apodado el «arzobispo rojo» de Lille. Habiendo madurado en él la idea misionera y siguiendo el paso de su hermano, se unió a la Congregación del Espíritu Santo. Tras su noviciado (de sólo un año de duración) hizo su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1932 fue enviado a África, más concretamente a Gabón, donde se desempeñó como misionero en diversos lugares.

Episcopado

Pío XII lo nombró obispo de Dakar (19481962), elevándolo posteriormente al rango de Arzobispo, y designándolo también Legado Apostólico (una especie de Nuncio o Embajador) para toda el África francófona. A la muerte de Pío XII le destinaron sólo como Arzobispo de Dakar dejando el puesto de Legado apostólico. Ante el paso de la promoción del clero nativo que impulsara Pío XII, Monseñor Lefebvre dejó la catedra de Dakar a su discípulo Hyacinthe Thiandoum. Ante este paso el Beato Juan XXIII, quiso darle una diócesis en Francia. Pero ante las presiones que hicieron los obispos y cardenales franceses obligó a Juan XXIII, a darle una pequeña diócesis, la diócesis de Tulle, en vez de un arzobispado aunque si retuvo el título de Arzobispo. Las otras condiciones fueron que no podía pertenecer a la Asamblea de los cardenales y arzobispos franceses (germen de la futura Conferencia de obispos de Francia) y que estas condiciones no creen un precedente o una costumbre para los futuros obispos de Francia.

Concilio Vaticano II

En calidad de Superior General de los Padres Espiritanos, fue llamado por Juan XXIII para formar parte de la Comisión Central Preparatoria del Concilio Vaticano II.

Durante el Concilio, fundó junto a Mons. Antonio de Castro-Mayer, obispo de Campos (Brasil), Mons. Geraldo Proença Sigaud, obispo de Diamantina (Brasil) y Mons. Carli, obispo de Segni (Italia) el Cœtus Internationalis Patrum, al que adhirieron 450 obispos, con el objeto de defender en el aula conciliar la doctrina y disciplina tradicional de la Iglesia.

 

Fraternidad Sacerdotal San Pío X

Después de renunciar a su cargo de Superior General de su congregación en 1968 y a iniciativa de un grupo de seminaristas descontentos con la orientación que habían tomado los seminarios a los que concurrían, en particular, el Seminario Francés de Roma, a cargo de los Padres Espiritanos, en 1971 fundó en Friburgo (Suiza), con la anuencia del obispo del lugar, Mons. François Charrière, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. La casa de formación que primero funcionó en la Rue de la Vignettaz fue posteriormente trasladada a Écône (cantón del Vales, Suiza), donde la congregación tiene su principal instituto de formación sacerdotal.

Debido a la creciente concurrencia de jóvenes deseosos de recibir una formación tradicional en el sacerdocio, rápidamente se granjeó la oposición del episcopado francés, que denominaba el Seminario de Écône «seminario salvaje». Vencido el término de 5 años, durante el cual la existencia de la congregación es puesta a prueba de acuerdo con las normas canónicas, el sucesor de Mons. Charrière en la sede de Friburgo, Mons. Pierre Mamie, tras recibir una solicitud de Roma, no renovó el permiso para que la misma subsistiera, acto que posteriormente fue refrendado por una comisión de 3 cardenales nombrada por Pablo VI.

En ese estado, Mons. Lefebvre interpuso un recurso suspensivo ante el Tribunal de la Signatura Apostólica, pero su presidente, el cardenal Dino Staffa, se negó a darle trámite respondiendo -según parece- a un pedido del Cardenal Jean Marie Villot, entonces Secretario de Estado de Pablo VI.

Dado que el recurso suspensivo de supresión estaba pendiente, Mons. Lefebvre consideraba que a falta de pronunciamiento sobre un recurso suspensivo, la medida que suprime su congregación ha quedado pendiente de resolución, y por lo tanto, su congregación continúa existiendo hasta tanto la Santa Sede no se expida sobre el fondo del asunto.

Con ese razonamiento, no secundó el pedido que se le hiciera de cerrar el seminario y dispersar a los seminaristas, a los cuales prosiguió formando hasta las puertas del sacerdocio.

En 1976 recibió una monición canónica para que no procediera a la ordenación de la primera tanda de jóvenes formados en Écône, la cual desoída, hizo recaer sobre él la suspensión a divinis el 22 de julio de 1976. El 29 de agosto 1976, Mons. Lefebvre celebro la missa de Lille donde declaro:

«no se puede dialogar con los masones o con los comunistas, ¡no se dialoga con el diablo

Excomunión

Consolidándose la situación en el tiempo, y por interposición de otros factores, tal el caso de la reunión ecuménica de Asís de 1986, Mons. Lefebvre, ya octogenario, confiesa que se le acaba el tiempo para nombrar un sucesor en el episcopado. Tras una serie de reuniones con autoridades romanas, durante cuyo transcurso se le aseguró que el Papa Juan Pablo II no se oponía, en principio, a darle un sucesor, se bosquejó un proyecto de acuerdo. Pero tan pronto como estampó su firma en el documento, el entonces cardenal Ratzinger le envió un subalterno para solicitar de él una carta pidiendo perdón al Papa por lo que había hecho.

Tras negarse a hacerlo, en el convencimiento -quizás subjetivo- de haber hecho un bien a la Iglesia, se desdice del acuerdo y poco después, remitiéndose a aquella seguridad que se le había dado de que el Papa no se oponía a darle un sucesor, decide consagrar 4 obispos escogidos de entre miembros de su congregación: los padres Alfonso de Galarreta (hispanoargentino), Bernard Fellay (suizo), Richard Williamson (inglés) y Bernard Tissier de Mallerais (francés).

Los puntos centrales de la controversia entre Mons. Lefebvre y el Vaticano son esencialmente cuatro: el nuevo ritual de la misa, el ecumenismo, la libertad religiosa y la colegialidad.

Aunque algunos seguidores de Mons. Lefebvre han pretendido inducir a error y minusvalorar la excomunión en la que ocurrió, debe recordarse que el citado monseñor fue excomulgado pública y formalmente por el papa Juan Pablo II, el cual en su carta Apostólica «Ecclesia Dei», escrita el 2 de julio de 1988 en forma de motu propio, decía: «Al realizar ese acto, a pesar del monitum público que le hizo el cardenal Prefecto de la Congregación para los Obispos el pasado día 17 de junio, el reverendísmo mons. Lefebvre y los sacerdotes Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta, han incurrido en la grave pena de excomunión prevista por la disciplina eclesiástica» (Código de Derecho Canónico, can. 1.382).

La posición oficial de la Iglesia Católica en lo referente a la situación canónica de la Fraternidad San Pío X, recogida en las declaraciones del Card. Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero y Presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, en entrevista a la Revista 30 Giorni, es que «no se trata de un cisma formal». De igual manera, en entrevista concedida al canal 5 de Italia el 13 de noviembre de 2005 indicaba:

No se puede decir en términos correctos, exactos y precisos, que existe un cisma. Hay una actitud cismática en el hecho de consagrar obispos sin mandato pontificio. Ellos están dentro de la Iglesia. Existe únicamente el hecho de que una total, más perfecta comunión está faltando -como quedó afirmado durante la reunión con el Obispo Fellay- una comunión más plena, porque la comunión existe.

Es menester aclarar que el hecho de que no exista cisma formal no significa que las excomuniones no sean válidas, sino que no existe la intención de separarse de Roma, intención que es necesaria para que se declare un verdadero cisma. La posición de la Fraternidad San Pío X ha sido siempre de obediencia y sujeción al Romano Pontífice en todo lo que es magisterio infalible, aunque resisten las orientaciones pastorales que se han realizado después del Concilio Pastoral Vaticano II, cosa que por sí misma no es negación de ningún dogma de fe. El problema entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X es, por tanto, de materia disciplinar y no dogmática.

Con todo, las excomuniones a los cuatro obispos ordenados por Mons. Marcel Lefebvre siguieron en pie hasta el 24 de enero de 2009, cuando el papa Benedicto XVI levantó la excomunión a los cuatro obispos. Benedicto XVI, según un comunicado del Vaticano, decidió levantar la excomunión a los cuatro obispos tradicionalistas «tras un proceso de diálogo» y después de que el pasado 15 de diciembre Fellay enviase una carta al Vaticano, en nombre propio y de los otros tres prelados, en la que le expresaba el deseo de permanecer fieles a la Iglesia romana y al Papa.
Mons. Marcel Lefebvre falleció el 25 de marzo de 1991, durante la Semana Santa. Sus restos se hallan inhumados en el Seminario de Écône, bajo la leyenda que él mismo deseaba que fuese escrita: tradidi quod accepi («he transmitido lo que recibí»).

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