‘A veces, para asegurar la paz la guerra es necesaria’

El estratega militar prusiano Carl von Clausewitz decía que la única forma de establecer la paz entre naciones era demostrando un poder bélico evidente, una diplomacia activa y una disposición permanente para la guerra, pues la guerra no es otra cosa sino la política llevada por otros medios. Estas ideas fueron luz para Lenin, el revolucionario ruso, quién afirmó en sus escritos aspectos similares. Hoy escuchamos a Hugo Chávez, en el aniversario de las Fuerzas Aéreas Bolivarianas, afirmar que para mantener a los enemigos de la revolución alejados de las fronteras de Venezuela se requiere Fuerzas Armadas potentes y bien preparadas para la guerra.

Ghandi, el padre de la no-violencia, se opuso a esta lógica tenebrosa y demostró que un pueblo con conciencia de su unión, con ansias de libertad y plena dignidad podía establecer una desobediencia civil sin violencia que derrotaría al ejército colonial más potente.

La paz que se mantiene bajo las armas y la guerra que se libera para ganar la paz armada no es la verdadera Paz. El adorador de la guerra posee una caricatura de paz: la ‘No-Guerra’. Esa ‘No-Guerra’ significa una ‘guerra latente’, es decir: ejércitos dispuestos a combatir pero que no disparan, que se muestran los dientes pero no muerden, que persuaden por la fuerza de sus armas pero no atacan. Esa es la ‘No Guerra’, y a eso se le ha llamado ‘paz’.

La Paz real es la ausencia absoluta de conflictos, en donde la confrontación es eliminada justamente porque no hay con qué hacerse la guerra. Ahora, el Hombre Cainita buscará siempre el modo de someter a otros aunque sea con piedras y palos. Por lo mismo, la esencia de la guerra es Cainita y corresponde al triunfo del Ser Demoníaco sobre la generación humana de Paz, representada por Abel. Para el Cainita no es posible concebir un mundo sin predominio, sin poder, sin control y sin miedo. El sistema que tenemos hoy en el mundo es Cainita, y la paz que concibe el guerrerista es la ‘No Guerra’ que para éste será siempre aquel espacio de preparación entre dos guerras. El Cainita alza su cultura sobre héroes que han combatido, matado y derramado sangre, y las ciudades están llenas de monumentos a victorias y derrotas en alguna batalla. Cuando un ejército masacra personas civiles desarmadas, en paz verdadera, se llama a este acto ‘genocidio’ y es un ‘delito o crimen de guerra’… porque la guerra tiene sus leyes y reglas, según el Cainita… ¡y Caín Mata a Abel cada vez que pueda y no hay ley de guerra que lo detenga!

Ahora bien, el Señor Obama recibe un galardón de paz luego de firmar la autorización para que treinta mil soldados más se integren a la guerra en Afganistán. Es una guerra por la paz, dice él… y los asistentes al Nobel aplauden por casi dos minutos. Y repite el rezo de los guerreros: hacemos la guerra para la paz. Bueno, es un Cainita bueno, a diferencia de esos Cainitas malos que quieren hacer explotar el mundo. Pero este es el presidente del mismo país que hace fracasar la Cumbre de Copenhague y no quiere bajar la intoxicación del planeta en forma abrupta sino que gradual hasta que nos muramos todos. Quizás ellos tengan un Plan de Salvatage que los ahorra de la hecatombe por ellos mismos producida.

La Paz, a la cual aspiramos y en la cual creemos los Consagrados, es aquella que divide, como espada afilada, la falsa paz del Cainita y la Paz que nace del interior del Ser de buena Voluntad. Una Paz que elimina toda guerra, todo aspecto de belicosidad, odio y venganza, y cuya raíz se halla en la coherencia personal, y de ahí se expande al colectivo y conforma unidad, comunidad. Ese mundo es posible. Quizás ya no cambiemos este Mundo, pero sabemos que Dios es Amor, y no ese amor pasional de los Cainitas, y sí creemos que en el día de la Justicia quienes somos Hombres de Paz tendremos el reino de esta Tierra. Dios no miente ni se desmiente. ¡Persistamos… no decaigamos!

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