¿Efectos o Causas?

Oh Señor, ¿Qué debemos entender de lo que acontece?

Oh, Mi Dios, ¿Por qué Tu Voz estremece nuestros cimientos?

Oh, Cristo Bendito, ¿Cuál es el para qué de estos remecimientos?

Cristo Vivo, nuestro amado, ¿Qué bendito propósito tienes con estos hechos tan devastadores para el Hombre y su entorno? ¿Es que no existe otro lenguaje que les pueda conmover, para que miren Tus Manos levantando la Tierra y cambiando el eje del planeta? ¿Es que no te ven?

El Hombre reacciona ante la desgracia de forma ágil y comprometida, el Hombre se estremece ante el dolor ajeno, el Hombre reacciona con profunda solidaridad ante las pérdidas de otros, especialmente si constituyen necesidades básicas. El mundo se solidariza y se hace parte de la curación de heridas emocionales y de sobrevivencia, cuando lo inesperado azota con fuerza una región del planeta. Y así hemos visto y comprobado la ayuda humanitaria sobre los efectos de los desastres naturales que han acontecido sobre Indonesia, Haití y recientemente Chile. Se mueve el mundo para paliar los efectos, acude el mundo entero en pos de un objetivo noble, loable, comprensible. Las fibras más íntimas del alma son tocadas en el Ser y aflora la indulgencia, la generosidad y se postergan planes personales para dedicar esfuerzo de tiempo, dinero y bienes en aquellos que sufren sin causa propia. El Hombre se revoluciona y se compromete sin reservar esfuerzos en pos de los efectos que provocan hechos sin aparente “causa” o aparente “culpa humana”. La costumbre, la cultura y la pobre formación en el lenguaje de lo Divino han cercenado la posibilidad del Hombre de comprender las señales de Dios, y se engaña cuando se reconforta en esa acción, cuando cree que por estar entregando lo mejor de sí, con amor por el otro, con dedicación y abnegación, está cumpliendo ante Dios y así descansa en la acción noble y moral de ofrecer a otros alivio y apoyo.

Que sin duda es destacable y sobrecogedor cómo ha reaccionado el Chile menos remecido, en comparación a las zonas devastadas por los movimientos telúricos y de aguas; que es digno de elogio y emocionante observar el despliegue de muchos sobre el dolor y la pérdida; que es inigualable la organización que logra darse un país para acudir con la ayuda de quienes son afectados por eventos de esta magnitud. Y si bien eso es noble, pleno de entrega y solidaridad, siendo una respuesta natural del ALMA del Hombre, que se acongoja, que hace suyo el sufrimiento de otro en menor y más precaria situación… lejos se encuentra esta reacción de la respuesta que Dios espera.

Porque los últimos acontecimientos –no solo geomorfológicos- sino el conjunto de estremecimientos que estamos viendo: las guerras que no cesan; los enfrentamientos que se  inician sustentados en aparentes causas necesarias; la irrupción de la verdad sobre los desastrosos efectos del celibato en la curia católica; los varios terremotos y tsunamis que han afectados diversos sectores de este Planeta; la crisis social que demuestra que la moral tiene un piso débil y que la necesidad de “tener” ha tomado el gobierno de las personas; las grandes convenciones internacionales donde no se logran acuerdos necesarios y se muestran aparentes acciones cargadas de mentiras e intereses particulares… todo eso es un conjunto que responde a una crisis, a un término de ciclo: “este sistema mundo en que vivimos está en crisis, se va a quebrar, se está cayendo ante nuestros ojos” ¿Tomaremos conciencia algún día?

Cristo estremece el planeta, para que el Hombre se pregunte el Para qué. Pero el Hombre no escucha, porque su interés es seguir sustentando un sistema que le entrega seguridad: la casa, la familia, el trabajo, los bienes, los lazos; todo eso que inevitablemente se perderá más tarde o más temprano. Esa es la construcción propia del Hombre, la que él se ha dado y a esa seguridad responde y por esa seguridad es capaz de dar la vida. Pero la trascendencia no es un punto clave, la instancia o lugar que Cristo definirá para nuestra vida después del paso por la muerte no es un tema relevante ¿Por qué no es tangible? ¿Por qué lo pone Cristo y no el Hombre? Y la respuesta al para qué vinimos a esta Tierra es depositada en otros, a quienes ellos mismos le otorgan autoridad en las cosas de Dios. Y así el Hombre en su seguridad, colocando la trascendencia en manos de otros, nunca aprende a dialogar con lo Divino, y no alcanza a preguntarse para qué de todo lo que está sucediendo.

¿Quién correrá por la Causas? ¿Cuántos países se congregarán para tener una visión superior de lo que acontece? ¿Cuántos sistemas se organizarán para entrar en diálogo profundo con Dios?, y en la humildad preguntar: ¿Señor Dios, qué debemos entender? ¿Cuántos Hombres dejarán su trabajo para retirarse a comprender este lenguaje Divino? ¿Cuántos postergarán planes y entregarán bienes tangibles o intangibles en pos del propósito de develar la Causa por la cual el Reino de los Cielos está interviniendo este Planeta… hasta cambiar su eje? ¿Cuántos? ¿Cuántos de esos que corren ágilmente y comprometidamente por ayudar a alivianar los efectos que ha causado la intervención de Dios?

Exhortamos a que no sean los Efectos los que marquen nuestros movimientos, aunque estos sean  loables y buenos, sino que debemos tomar conciencia de que la esencia y la clave está en comprender el propósito de Dios, y hacernos parte de éste, Su Plan de Salvación, instaurado por Su Mano, por amor al Hombre, para su final liberación de un sistema en que está ciego y prisionero.

Exhortamos a develar la Verdad que subyace ante los hechos, la Gran Causa de Dios en pos del espíritu que nos vive y que a Él Pertenece.

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